Empezó como un hobby y se convirtió en la primera catadora de golosinas de Argentina: “Llevo probados cuatro mil productos”

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Natalia Ghergorovich -más conocida como “Naná”- se consagró como la primera catadora de golosinas de Argentina

Antes de que existieran Instagram o TikTok, Natalia Ghergorovich abrió en 2007 un blog de golosinas llamado “Estilo Naná”. “Era un momento en el que fotografiar comida ya era algo raro”, recordó en diálogo con Infobae. Y más aún que alguien hiciera críticas de caramelos, chocolates, alfajores, bocaditos y todo tipo de dulces.

Casi dos décadas después, su independencia y honestidad brutal la convirtieron en una referente ineludible y, también, en la pesadilla del marketing de las grandes empresas. Fue así como se convirtió en “la primera catadora de golosinas del país y la peor enemiga de las marcas”, describió con total franqueza.

Aunque su figura ganó popularidad en 2018 cuando desembarcó en los programas de TV, nunca se consideró una influencer. Y aunque con su exposición mediática, varias empresas se acercaron, la relación nunca prosperó. “Las marcas no me quieren mucho porque no me vendo por plata, digo lo que me parece; pero nunca con mala intención”, admitió. “Si una golosina es cara y mala, hay que decirlo”, ejemplificó.

Su grilla de evaluación combina criterios sensoriales y de contexto: “Relación precio-calidad, accesibilidad, textura, diseño del envase, lo visual, lo olfativo, el sabor, y el contexto en que apareció esa golosina: quién me la trajo, cuándo la comí, cómo me sentía. Después de tantos años, también busco que una golosina me genere sensaciones y emociones”.

Al momento de degustar una golosina,

Para ella, las golosinas son su materia prima artística. “Un día critico una golosina, otro día organizo una fiesta de golosinas, armo piezas de cerámica con forma de golosinas, o confecciono prendas con envoltorios, y así sigo….”, describió Naná, quien concibe lo que hace como un pasatiempo.

De la crítica literaria al arte dulce

Tengo 39 años, estudié Letras en la UBA y actualmente soy redactora publicitaria”, se presentó Naná. Aunque no terminó la carrera (dice que le faltan “muy poquitas materias”) porque trabajó “toda la vida”, su paso por la facultad fue decisivo para forjar su identidad de catadora.

La idea surgió de una fusión impensada. Por un lado, su formación académica. “Estaba haciendo una de las primeras materias de la carrera, que es Teoría y Análisis Literario, que tenía que ver mucho con la crítica literaria. En ese entonces, yo pensaba que me iba a dedicar a eso”, explicó.

Por otro lado, una obsesión que la acompañaba desde la infancia. “Siempre tuve un interés muy particular por las golosinas, muy enfocado desde chica”, confesó. Pero no era el interés común de cualquier niño. “Quizás con un poquito más de insistencia, más de apreciación”, recordó. Era una fascinación casi analítica: “Prestaba mucha atención a los sabores, a lo que salía nuevo, los packagings. Me volvía loca cuando alguien me traía una golosina de otro país”.

En su infancia, Naná se enloquecía cada vez que alguien le traía golosinas de otro país

Esa fascinación infantil era también creativa y manual. “Tengo recuerdos de manipular golosinas, pero más como desde el lado creativo. Hacía muñecos, pulseras, collares. Las usaba como materiales artísticos. Y también guardaba los envoltorios que más me llamaban la atención”.

Esa semilla terminó de germinar en la facultad. Lo que empezó como un hobby, luego se formalizó. “Empecé con las catas colectivas con mis compañeros de la facultad, que hacíamos tertulias y ahí probábamos diferentes golosinas. Siempre lo hice desde la diversión”.

El blog creció y se volvió un proyecto colectivo. Con su espíritu under, Naná empezó a entrevistar a sus referentes: “famosos” de sus nichos culturales, como cantantes de sus bandas favoritas, actores que entonces no eran conocidos y hoy sí, escritores y poetas. A todos les aplicaba el “cuestionario Naná”.

“Por lo general, la primera pregunta es cuál es tu relación con las golosinas”, detalló. “Otras pueden ser qué golosinas te representan, en qué momentos comés golosinas, cómo serías si fueras una golosina. Siempre desde lo lúdico”, agregó.

Naná también usa a las golosinas como materia prima: hizo una pelota con chupetines y un collar con caramelos

El resultado es casi terapéutico: “La gente se termina emocionando bastante cuando habla de las golosinas, porque por lo general es algo que retrotrae a la infancia. Y siempre aparece el recuerdo de esa abuela que guardaba un caramelo en el bolsillo”.

Favoritos de ayer y hoy

Cuando Naná pasa por un kiosco, no duda: “Mis preferidos son el alfajor Milka Mousse y los caramelos masticables Palito de la Selva. Pero también admite que al momento de elegir un chocolate opta por el Marroc y los chocolates rellenos con galletas. “Me gusta cómo combina el chocolate con la sal, y acá hay poquísimos con sal”, se lamentó. Sin embargo, al momento de elegir gomitas, encuentra consuelo en las Yummies ácidas.

Sobre las golosinas de modas, es bastante escéptica. Con respecto al furor por el chocolate Dubai, dijo: “El pistacho me parece un exceso degradado del fruto seco. Y el chocolate Dubai que probé, que venía con algodón de azúcar en su interior, era bonito pero en sabor no me convenció”.

Al momento de seleccionar una golosina que represente al país en el mundo, Naná fue contundente. “La Vauquita, que tiene un ingrediente que es muy nuestro y significativo”, dijo en alusión al dulce de leche. Pero también incluyó a dos clásicos con mucho folclore: “La Rodhesia y la Tita tienen mucha historia y atravesaron varios generaciones”.

Entre las golosinas discontinuadas, recordó el regreso fugaz, en 2013, de dos de sus favoritos del colegio primario: el Lila Pause y el Nucini. “Volvieron tres o cuatro meses y los sacaron. Junto con los Milkinis fueron los emblemas noventosos”, enfatizó con nostalgia.

Cada vez que viaja por el mundo, Naná recorre tiendas de golosinas para explorar diferentes sabores

Observadora serial de góndolas, Naná también nota un fenómeno inédito: “Hay más golosinas nuevas que nunca. No entiendo cómo, con la economía como está, las empresas apuestan tan fuerte en este nicho”. Y puso como ejemplo, la aparición de golosinas picantes, tanto en formato de chocolates como de chicles. “No le encuentro la lógica al paladar argentino que haya una takkinización”, se sinceró al hablar sobre los Takkis, el tradicional snack picante mexicano.

A la vez, detectó más opciones sin TACC y algunas veganas, aunque percibe que la ola vegana “está cayendo un poco, quizá por razones económicas”.

Las más originales y las más asquerosas

Su radar global la llevó a hallazgos rarísimos. En Japón encontró algodón de azúcar compacto en sobres; y en Inglaterra, una versión aún mejor: algodón de azúcar que se transformaba en chicle.

En Corea probó un caramelo “dragón” que largaba humo al contacto con la boca. Y la decepción más reciente fue un caramelo de banana que compró en Brasil. “No me gustó para nada”, contó.

En la vereda internacional, los bocaditos Snickers y Twix aparecen “en todos lados”, con versiones que acá no llegan; y dice que la oblea KitKat es la más internacional, ya que su versión clásica se encuentra en la mayoría de los países.

Naná se hizo un vestido con el envoltorio de golosinas

Naná guarda todo tipo de envoltorios. Los tiene almacenados en cajas, muchas de las cuales están rotuladas por año y colores. De esos packagings nacieron vestidos unos cinco vestidos. “El último lo hice con envoltorios de todos los dulces que comí durante la pandemia”, admitió.

En esas cajas, también hay tesoros afectivos: “Conservo los chistes de los chicles Bazooka y de los chicles de Xuxa. Me acuerdo de que lanzaron una edición especial en la época que la animadora era un verdadero boom televisivo”.

Cómo es su presente hoy

Aunque Naná postea mucho menos, su ojo nunca descansa. Aseguró que no se siente cómoda con la lógica del contenido constante, y que no le divierte estar mostrando cosas todo el tiempo, por obligación. Dice que escribe solo cuando tiene algo interesante que contar.

Cada vez que pasa por un kiosco, Naná recorre las góndolas en busca de novedades

Naná no tiene hijos pero confiesa que “es la tía habilitada para regalar golosinas” a los hijos de sus amigas. Sin embargo, dice que no suele darles de comer “cualquier porquería” ya que hoy se define como una consumidora más consciente.

“Antes sacaba la bandera de las golosinas y las comía en cualquier momento; hoy me cuido más. El metabolismo ya no es el mismo”, remarcó. Si bien su amor por el universo dulce persiste, se rige por una regla de oro: menor cantidad y mejor calidad.

A 18 años de aquel blog pre-redes, la primera catadora de golosinas del país sigue mirando góndolas con la misma curiosidad de la nena que hacía muñecos con caramelos. El mapa cambió —hay modas, sobreoferta y experimentación—, pero su brújula sigue en la misma dirección.

Cada vez que paso por un kiosco me quedo mirando qué hay, y cada tanto voy al Barrio Chino a ver novedades”, admitió. Aunque asegura que el fuerte de las golosinas asiáticas es su forma y su packaging, “cuyo deseo se produce solo con mirarlas”, dice que “su sabor es casi agua”, en comparación con las exquisiteces argentinas, que no tienen nada que enviar a las del resto del mundo. Y lo sostiene alguien que ya lleva probadas, aproximadamente, “unas 4.000 golosinas”.