Le pronosticaron seis meses de vida y dolores insoportables y eligió el suicidio asistido: la joven que partió a EE.UU. en dos

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La primera señal fueron unos dolores de cabeza inhabilitantes y sostenidos. Brittany Lauren Maynard, una joven estadounidense de 29 años, supo que esos dolores de cabeza no iban a aliviarse con un simple analgésico. Así que fue al médico.

Eran los primeros meses de 2014, y esa profesora nacida en Carlifornia y amante de los viajes, tenía un proyecto: ser mamá. Se había casado hacía apenas un año y tres meses con “Dan”, su novio, y estaban en plena búsqueda de un hijo.

Pero los dolores de cabeza insoportables la llevaron al médico y el diagnóstico les dio vuelta el mundo. Brittany tenía un tumor cerebral de máxima agresividad y de muy rápido avance.

Al principio parecía tratarse de astrocitoma en grado 2. Le hicieron una craneotomía y una resección del lóbulo temporal para intentar reducir el tumor, pero encontrararon un panorama bastante peor del que habían diagnosticado. Brittany tenía glioblastoma multiforme en grado 4: es el tipo de cáncer cerebral con mayor mortalidad y el de ella estaba avanzadísimo.

En abril de 2014 sus médicos le hicieron saber que, en promedio, los pacientes con ese diagnóstico podían vivir seis meses más y que, como máximo, podría aspirar a catorce meses de sobrevida.

Maynard se casó en septiembre de 2012. El diagnóstico definitivo llegó en abril de 2014

Además de darle ese pronóstico, le contaron cómo serían esos meses que, en principio, no serían más de seis. Los dolores de cabeza empeorarían, y no sólo le dolería la cabeza, sino todo el cuerpo. Brittany iba a perder la memoria y a sufrir convulsiones cotidianamente. Los médicos no podían descartar que, además, perdiera la vista y el habla.

Una decisión de vida

Brittany Maynard escuchó todo lo que los médicos tenían para decirle, pensó y tomó una decisión. No quería ningún tratamiento que alargara una vida que, igual, enfrentaba un cáncer terminal. Un cáncer que iba a matarla y que, hasta matarla, la haría perder sentidos y recuerdos, y le haría sentir dolores insoportables.

Maynard decidió que quería morir en sus condiciones y no en las que el cáncer cerebral le fuera dictando. Y sus condiciones eran las de un suicidio asistido, un camino que puso su caso en el centro de la opinión pública de Estados Unidos y el mundo, y por el que tuvo que luchar.

Lo primero que tuvo que hacer fue mudarse. En California, donde había nacido, la ley no permitía la asistencia en el suicidio. Sí en Oregón, que en 1997 se había convertido en el primer estado norteamericano en legalizar esa práctica. Así que Brittany y Dan iniciaron la logística y la burocracia que implicaba esa mudanza.

La gran pasión de Maynard era viajar, y su último deseo en ese sentido fue conocer el Gran Cañón de Colorado en Arizona, junto a sus padres y su marido

El proyecto de tener hijos se detuvo por completo. “No puedo traer un niño al mundo sabiendo que no va a tener madre”, dijo Brittany en una entrevista, cuando su caso cobraba relevancia nacional. Aseguró que la suya era “una decisión bien pensada e informada” y se concentró en todo lo que implicaba instalarse en Portland, una ciudad en Oregón.

La Ley de Muerte con Dignidad de ese estado le permitía llevar a cabo su deseo. Los requisitos para acceder al suicidio asistido eran ser un paciente terminal en pleno uso de sus facultades mentales y con un pronóstico de menos de seis meses de vida. En esas condiciones, una persona podía solicitar que un médico le recetara un cóctel farmacológico para morir.

No fue fácil la mudanza. Brittany y Dan tuvieron que encontrar nuevos médicos que avalaran su decisión, cambiar su documentación a su nuevo domicilio -tuvo que modificar desde su licencia de conducir hasta su registro en el padrón electoral-. Encontraron un hogar y lograron que Dan accediera a una licencia laboral poco habitual para poder acompañarla en sus últimos meses, sus últimos días, sus últimas horas.

“La gran mayoría de las familias no tienen la flexibilidad necesaria ni los recursos y el tiempo que implican estos cambios del lugar en el que se vive”, sostuvo Brittany en una de sus declaraciones públicas. Su caso sería una bisagra en el acceso al suicidio asistido y a la eutanasia en Estados Unidos, pero para eso faltaba. Aún era un derecho muy restringido en un país enorme.

Sus últimos deseos

Con la enorme burocracia resuelta, Brittany dedicó tiempo a viajar, su máxima pasión. Visitó Alaska, el Parque Nacional de Yellowstone y, no sólo junto a Dan sino también acompañada de sus padres, conoció el Gran Cañón de Colorado, en Arizona. Según ella misma definía, sus viajes eran “sus grandes maestros”.

Según la Ley de Muerte Digna de Oregón, Brittany pudo recibir un cóctel farmacológico prescripto legalmente por un médico y destinado al suicidio asistido

Mientras tanto, el debate alrededor de su caso crecía. En su blog, donde relataba esos viajes y también su cotidianidad a la espera del final de su vida, agradecía el apoyo que recibía de parte de tantos lectores.

La organización proeutanasia Compassion & Choices y ella se acercaron porque, a esa altura, Brittany era la portavoz más potente de la lucha por la legalización del suicidio asistido. El video en el que explicaba su decisión y narraba el plan hacia su muerte digna tuvo más de 6 millones de visualizaciones en sus primeros seis días.

Un debate moral y ético masivo

“Liberarse del dolor y del sufrimiento prolongado es un derecho básico del ser humano”, repetía Maynard cada vez que tenía un micrófono delante. La moral y la ética se volvieron ejes de la conversación pública, y Brittany tuvo defensores y también detractores.

Hubo quienes desde sus columnas periodísticas calificaron a la joven docente como “portavoz del suicidio”, y quienes se preguntaron “en qué lugar quedan los pacientes terminales que no se quitan la vida cuando se señala la supuesta valentía de Maynard”.

Kara Tippetts, una escritora con pronóstico terminal de cáncer de mama, escribió una carta abierta en la que instaba a Brittany a reconsiderar su decisión. En su texto aseguró que “la verdadera belleza puede encontrarse incluso en el sufrimiento” y le advirtió a Maynard que su muerte “no sería linda” y que le habían contado “una horrible mentira”.

Los médicos que se ocuparon del caso de Brittany, especialmente quienes prescribieron el cóctel destinado al suicidio asistido, fueron denunciados por “alejarse del juramento hipocrático, que les ordena, ante todo, no hacer daño”.

Brittany eligió morir antes de que el tumor cerebral terminal que tenía le provocara convulsiones, pérdida de memoria y, eventualmente, ceguera y pérdida del habla

Así como la organización Compassion & Choices acompañó a Brittany, otras como National Right to Life (NRL) se opusieron públicamente e hicieron campaña para que no se le permitiera acceder al derecho que, desde 1997, era legal en Oregón. “La vida es un valor inviolable”, sostenía la NRL: su preocupación era que el debate por el suicidio asistido y la eutanasia creciera en Estados Unidos.

El último adiós

“Adiós a todos mis queridos amigos y familiares que amo. Hoy es el día que he elegido para irme con dignidad en vista de mi enfermedad terminal, este horrible tumor cerebral que tanto me ha quitado… pero que me habría quitado mucho más”, escribió Brittany Maynard el 1º de noviembre de 2014, hace exactamente once años.

Publicó ese mensaje en su perfil de Facebook, rodeada de sus familiares y amigos más cercanos. Estaba acostada en su cama y, acompañada por todos ellos, tomó las pastillas que le habían prescripto para quitarse la vida.

Habia llevado esa medicación en la cartera durante un tiempo, como un recordatorio constante de la decisión que había tomado. El día de su muerte faltaban apenas unos días para que cumpliera 30 años, y habían pasado diez meses desde esos primeros dolores de cabeza que harían sonar todas las alarmas.

El suicidio asistido de Brittany Maynard no pasó desapercibido. La noticia recorrió el mundo entero y el caso profundizó el debate en su país, algo que ella había expresado públicamente que deseaba que ocurriera aunque ella no estuviera allí para verlo. Dan Díaz, su marido, aseguró que estaba aliviado porque Brittany había muerto “sin el sufrimiento más intenso asociado a los tratamientos y la enfermedad”.

En noviembre de 2014, el suicidio asistido sólo era legal en Oregón, Washington, Montana y Vermont. Pero el caso impulsó el debate legislativo y, hacia 2022 se habían incorporado Colorado, Hawaii, Nueva Jersey, Maine, Nuevo México, el Distrito de Columbia e incluso California, el lugar en el que Brittany había nacido. Además, cinco estados promulgaron la legalización de la eutanasia, que supone la asistencia médica directa para morir y se da cuando el paciente no puede accionar el suicidio asistido por sus propios medios.

“Si estoy dejando un legado es para cambiar esta política sanitaria… para que esté disponible para todos los estadounidenses”, dijo Maynard en un artículo que publicó CNN antes de su muerte. Sabía que su caso, su voz, su historia estaban interpelando a millones de personas y estaban ensanchando el acceso a una muerte en las condiciones que cada persona desee.