Más allá del baile y la purpurina, el amor: historias de madres, padres, hijos e hijas trans en la Marcha del Orgullo

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Fede, Tomás, Oscar y Violeta llegaron desde La Plata a Plaza de Mayo

Tomás lleva puesta una gorra que llama la atención. Es celeste y tiene bordado Make Argentina Gay Again en el frente. “Hagamos gay otra vez a la Argentina”. Una broma basada en la frase de Trump. Tomás es pequeño, tiene la cabeza rapada, pecas y una mirada que brilla como el sol en el agua. Sonríe. Está como esposada a Fede. “Es que si no me pierdo, de verdad, entre tanta gente”, ríe.

El color de su voz es femenino. El de Fede, que se autopercibe “no binario”, también. Tienen 15 años. Son adolescentes trans varones. Son pareja. Y vinieron de La Plata con Violeta, “cis género”, explica ella, que tiene su misma edad y con Oscar Aguerrez, el padre de Fede, 49 años, un hombre del conurbano y del siglo XX. Es decir, un padre que también hizo una transición hacia lo que él llama “un cambio tremendo”.

El grupito platense está refugiado bajo la sombra que proyecta el Cabildo. El sol estalla contra una multitud que en ese mismo momento ocupa la Plaza de Mayo, donde acaba de cantar Ángela Torres (“es el mejor día del año”, gritó varias veces desde el escenario) y desde donde, minutos después, Lizzy Tagliani cortó la cinta imaginaria y puso en marcha la marcha hacia el Congreso.

Sobre el cielo de esta zona fundacional de la argentinidad retumba una cumbia que hace bailar a las miles y miles de personas. Es una tarde pagana. Hay baile. Hay fiesta. Hay purpurina y gente en poca ropa y hay alcohol y humo de marihuana y “quien sabe algo más”, como bromeó Torres entre temas, y pieles que se rozan cada vez más transpiradas. Hay gente vestida y desvestida. Nadie juzga a nadie. Se parece bastante al mundo ideal. Tal vez justamente por eso dure apenas unas horas.

Mientras tanto, en este carnaval almodovariano no hay más ley que la ley del deseo. Aunque a la par de la multitud bailarina, transitan mínimas historias de familias que forman parte del colectivo LGTBQ, de esta celebración de igualdad, libertad y diversidad. Adultos que tuvieron que readaptarse a partir de la libertad de elegir de sus hijos.

“Nos costó comprenderlo, clasificarlo, llegar a entender cómo era la vida de Fede. Me tuve que preparar, leer, aprendí de la ESI y de la ley Micaela. Nos sirvió mucho escuchar referentes de los movimientos, lo único que teníamos claro desde el principio es que había que acompañar y respetar”, cuenta Oscar, el papá de Fede, que elige el silencio y la sonrisa. “Él se empezó a manifestar desde muy chiquito con la ropa, con sus expresiones y fuimos entendiendo cómo era su vida”, agrega el papá. Es la tercera vez que trae a los chicos pero no sólo por eso: “Si no viniera con él igual vendría. Yo soy hétero, tradicional, pero es una fiesta hermosa”.

“A los 9 entendí que quería ser un chico y a los 11 ó 12 me enteré de la terminología ‘trans’. Un amigo me dijo que él era trans, que ya no se llamaba como antes. Y ahí entendí”, cuenta Tomás.

Media cuadra sobre Diagonal Sur, sentada junto a su amigo Marcelo, Cecilia Zanette toma mate, come facturas y observa divertida lo que ella llama “las tribus” que van y vienen por las calles, que bailan en grupo, que se sacan selfies.

La banda de percusión de ATE: reclamó cupo travesti trans en el Estado

“Hice un laburo de deconstrucción”, introduce esta mujer (59), coach organizacional. Entonces cuenta que su hijo Demian, de 37, transicionó a varón durante la pandemia. “Primero era lesbiana y luego masculino. Se abrió un mundo nuevo para mí, con otras visiones que yo no traía generacionalmente. No fue fácil hasta que me di cuenta qué me importaba: y lo que me importaba era acompañar. No importaba más que eso”, agrega. Y aquí está ahora, vino para verla desfilar en una cuerda de tambores de trabajadores del colectivo LGBTQ de ATE.

Marcelo Veltri ceba mate y aprovecha para repetir la vuelta mientras Cecilia habla. Luego aporta: “Yo siempre acompañé a ella con esta historia así que también fue adaptándome”. Tiene 60. Es su primera marcha y asegura que se lleva “una impresión genial, buena energía”.

Tomás, con su gorrita puesta, explica qué quiere reclamar con el Make Argentina Gay Again. “Nosotros queremos que Argentina sea más inclusiva y más libre, me parece que el país empezó a ser más abierto a la violencia, al odio, a los comentarios violentos. Se normalizan esas cosas, como decir que los gays son pedófilos, en mi escuela, el Liceo de La Plata, mis compañeros empezaron a ser más despectivos conmigo”, argumenta y pone como ejemplo que días atrás caminaban con Fede y al momento de despedirse alguien les revoleó de una ventana una botella de Gatorade.

Decenas de miles de personas participaron de la marcha del orgullo

Justamente esos fueron los ejes centrales del reclamo político de la 34 Marcha del Orgullo 2025. «¡Frente al odio y la violencia, más orgullo y unidad!“, fue la consigna de los organizadores para esta edición. La marcha comenzó a las 10 con muestras y ferias en Plaza de Mayo y el Congreso. A partir del mediodía arrancaron los shows musicales. Pasaron, además de Torres, la banda de rock Massacre, Benito Cerati y otros.

Con la conducción de Franco Torchia, Alejandra Malem, Diana Zurco, Emma Serna y Joaquin Villa se leyeron consignas y se entregaron “reconocimientos” y “abucheos”, entre los que destacó el presidente Javier Milei, sobre quien se hizo eje el lema de esta edición.

“La violencia de las palabras antecede a la violencia de los hechos y la violencia desde el Estado genera violencia en la sociedad. El gobierno y los medios son protagonistas en producir y reproducir los discursos que fomentan los ataques de los odiadores seriales», se leyó, en ese sentido, desde los escenarios como parte del mensaje oficial.

Más de 40 camiones fueron desde Plaza de Mayo hasta el Congreso

Pero también era lo que “llevaban” los manifestantes. Como Juan Manuel Sequeira (50) que marchó con una remera blanca que llevaba la leyenda “La crueldad está de moda porque combina bien con el silencio”.

“Los mensajes de violencia están escalando. Hay más agresividad sin sentido”, dice Juan Manuel y agrega: “Y el silencio es una forma cómoda de no involucrarse de esta época, pasa en todas las casas”.

O en casi todas. A unos metros de él bailan Soledad De Vicenti (38) y su hijita Camila, de 7. Es la primera marcha de madre e hija. “Le expliqué que hoy veníamos a un lugar donde cada uno se viste como quiere, hoy hace lo que quiere, demuestra el amor como quiere. Yo siempre, desde que nació, le repito que ella tiene que ser como quiera ser”, sintetiza su mamá. Detrás de sus anteojos de sol, pueden detectarse sus ojos emocionados.